Solemos pensar que el "altruismo"(1) es un comportamiento extraño (o, incluso, "francamente sospechoso", añadiría alguno).
En el mejor de los casos, solemos reconocer que es un comportamiento "deseable". Porque ser "buena gente", "buen vecino" y "buen ciudadano" suele redundar en el reconocimiento público de esas virtudes. En la generación de menos conflictos, casi siempre. E incluso, muy probablemente, en un incremento de la convivencia, de la "paz social".
Y claro, nunca faltará quien señale que ese comportamiento es el único realmente cristiano. El que nos garantiza, seguro, el reino de los cielos.
Pero, asumámoslo, confesémoslo, el reino de los cielos no es un objetivo prioritario para la mayor parte de nosotros.
Y ya sintiéndonos inmersos en el cinismo nos decimos de inmediato, con gran aplomo y una sonrisa inteligente, que el egoísmo (aunque no sea moral, ni ético, etc. etc.) es una actitud más "natural". Más adecuada para la competencia y la supervivencia del más apto. "Sobre todo en nuestros días" (como si estos fueran más amables, más civilizados que los ya lejanos de nuestros tatarabuelos cavernícolas o nuestros abuelos, caballeros o campesinos medioevales).
Incluso hacemos mención de esos famosos "genes egoístas" cuyo único fin es perpetuarse.
Pero eso, amigos ... no es estrictamente cierto.
Porque ha sido el comportamiento altruista el que permitido la supervivencia de la especie humana. Y su carrera de éxitos hasta alcanzar el primer lugar del "hit parade" evolutivo.
Porque nos ha permitido, a un pequeño animalito, débil, lento y frágil (comparado, por ejemplo, con un gorila, una gacela o un rinoceronte), salir a cazar mamuts. Y defendernos, con éxito, de todos los depredadores del planeta.
Alguno dirá -sólo por discutir, claro- que no ha sido el altruismo, sino la inteligencia.
Pero lo cierto es que nuestros tatarabuelos no empezaron por diseñar un ordenador o la vacuna contra la polio.
Comenzaron utilizando su privilegiada materia gris para llegar a la conclusión de que sólo podíamos sobrevivir trabajando en equipo. Lo cual implicaba ayudarnos los unos a los otros, constantemente. Cada vez que la supervivencia estuviese en juego. Es decir: casi siempre.
La conducta altruista, aunque implique (por definición) procurar el bien de las personas "de manera desinteresada", casi siempre terminaba redundando en beneficio objetivo del grupo, de la colectividad.
Con esta "inteligente" opción por la conducta altruista el hombre fue edificando sociedades cada vez más complejas, más ricas, mejor equipadas para la vida. El nivel de aporte de cada individuo a la colectividad, por supuesto, variaba de un grupo humano a otro. De una cultura a otra. Pero el "egoista", el que -pudiendo- no aportaba nada a la sociedad, casi siempre terminaba siendo repudiado por ésta.
Y, a partir de aquí, algunas colectividades, grupos humanos, culturas, países, han progresado más que otros. En gran medida porque han logrado una más eficaz colaboración entre sus integrantes. Porque han logrado canalizar con mayor efectividad sus conductas altruistas.
Esto, que ya me parecía bastante razonable, ahora está siendo científicamente avalado, desde un perspectiva genética. Porque ahora algunos autores sostienen que la selección natural actúa sobre entidades diferentes del organismo individual. Concretamente, sobre grupos, sobre colectivos y especies. Aquí tienen los artículos que inspiraron éste.
El 6 de diciembre pondremos a prueba nuestro altruismo. No lo olvides.
(1).- Altruismo: Tendencia a procurar el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa del interés propio.