¿Alguna vez te has puesto a jugar sin haberte puesto de acuerdo, previamente, sobre el juego al que están jugando? ¿Sin acordar las reglas de ese juego?
Si lo has hecho... probablemente no te importaba ganar. En un contexto de "lo importante es divertirse", suena razonable. Sea poker o tute, Baseball o "Quidditch".
Pero si las apuestas son importantes, como a la hora de hacer funcionar un país, la cosa cambia. Sobre todo si la situación de ese país es realmente crítica. Más aún, como suele ocurrir, si existen las más diversas opiniones no sólo sobre "como alcanzar" los objetivos nacionales sino sobre la naturaleza misma de esos objetivos.
La Constitución, mi amigo, son las reglas del "juego político de un país". Las de toda una colectividad nacional. Y como, siguiendo con mi metáfora, es mucho lo que está en el tapete, resulta absolutamente imprescindible que nos pongamos de acuerdo sobre la naturaleza del juego, sobre sus objetivos, sobre las responsabilidades de cada jugador, sobre los recursos de los que podemos disponer y de los que no. Sobre las jugadas permitidas y las que están absolutamente prohibidas en este juego y consideradas "trampa".
Las anteriores reglas de juego... no parecen haber servido de mucho. Y no sirven, desde luego, para entusiasmarnos a todo con un nuevo proyecto nacional.
La idea es organizarnos para responder objetivamente a las necesidades de una gran cantidad de individuos, de los más diversos grupos humanos. En una sociedad cada vez más compleja y más competitiva, las reglas deben estar orientadas a coordinar esfuerzos. No a entorpecernos mutuamente.
- Este acuerdo debería comenzar por definir quienes son los jugadores. Si todos creemos que el principal protagonista político es el "pueblo", empecemos por definir lo que eso significa. Porque esa dichosa palabrita ha dado lugar a muchos equívocos y debería ser lo más integradora posible, en un país esencialmente mestizo, cultural y racialmente. Un pueblo con una importante componente africana. Con cierta componente indígena. Con fuerte influencia europea (por la fuerte inmigración española, portuguesa, italiana, pero también alemana, rusa, mi apellido es Kashkaroff). Nuestro país es un complejo mosaico de minorías. No otra cosa es el "pueblo". No puede ni debe serlo.
- Por otro lado, el acuerdo debería puntualizar el papel de cada jugador. Porque el manido recurso de "somos todos iguales" no sirve ni para el baseball (el pitcher y el segunda base, por ejemplo, cada uno tiene sus responsabilidades) ni para el "pueblo".
Los "gobernantes", los responsables de los poderes públicos, por supuesto, tienen un papel y unas responsabilidades fundamentales. Y claro, deben estar tan calificados para desempeñar su papel como un médico o un economista. O más.
- Este acuerdo debe definir también, sin entrar en demasiados detalles pero con toda claridad, "lo que queremos alcanzar", tanto en términos de objetivos como -a grandes rasgos- en cuando a la forma en la que nos organizaremos para alcanzarlos de la forma más eficaz y eficiente posible. Eso, en un mundo donde esa eficiencia ya no puede ser medida sólo en términos de "trabajo". Pero tampoco exclusivamente en términos de "capital ", puro y duro.
- Este acuerdo, añadamos para terminar, debe ser lo suficientemente flexible para responder a las necesidades y exigencias de un mundo que cambia vertigiosamente, sin tener que redactar un nuevo acuerdo cada dos por tres.
Con un toque de socialdemocracia, absolutamente imprescindible en nuestro país.
Deberíamos terminar, lo antes posible, con el presidencialismo, tan proclive al caudillismo, e introducir el sistema parlamentarismo.
Y deberíamos descentralizar el país, concretando el sistema federal.
Esas, creo, podrían ser unas buenas reglas de juego.