A primera vista, liberalismo y acracia no tienen nada que ver.
De hecho, la noción de "liberalismo" suele vincularse a políticos y economistas "de derechas", comprometidos con la empresa, con el capitalismo, con el "establishment".
La de "acracia" (antes la llamábamos "anarquía", pero la palabra adquirió connotaciones estrictamente político-partidistas durante la Revolución rusa y la Guerra Civil española), por el contrario, nos remite a visiones radicales, revolucionarias, claramente identificadas con "la izquierda".
¿Verdad?
Categóricamente falso.
Veamos: la "acracia" es una doctrina que propugna la supresión de toda autoridad. Por lo cual, en principio, es lo más opuesto, lo más lejano posible, a cualquier intento sistemático de dirigir la sociedad en una dirección preestablecida. Y, muy en particular, a todo lo que implique un incremento de las normas, controles y presiones de todo tipo destinadas a orientar y controlar el comportamiento del ser humano.
El liberalismo, desde luego, no llega a tanto. Doctrina política surgida a fines del siglo XVIII como un movimiento hacia el autogobierno, específicamente alejada de la aristocracia, el liberalismo incluía ideas como autodeterminación, la primacía del individuo y la nación, en oposición al Estado y la Religión, como unidades fundamentales del derecho, la economía y la política. Pero, como consecuencia de ello, el liberalismo defiende la libertad individual a tal punto... que preconiza un Estado absolutamente limitado, restringiendo al máximo su intervención en la vida social, económica y cultural.
Sin llegar a asumir las posiciones ácratas (¡de ninguna forma!), el liberalismo es la alternativa político-económica más cercana a ellas. Lo más parecido a una "acracia light".