sábado, 12 de julio de 2014

¿Cuál "Yo-Incluido-cracia" prefiere usted?

"Creo en la democracia" es una afirmación que así, a bote pronto, a principios del siglo XXI, suscribiría casi todo el mundo.
Siempre que uno mismo esté claramente incluido en el prefijo "demo", por supuesto. Y ocupe un lugarcito en el trono.
Quizás por eso, para prever problemas, todos se apresuran en explicarnos su visión particular de la palabra "pueblo". A quiénes incluye. A quiénes no. 
Pero cualquiera con un coeficiente intelectual superior al de una ostra debería comprender que ese término, inevitablemente, debe incluirnos a todos. Sin excepción alguna.

Porque la democracia es la expresión más acabada y más clara del famoso "pacto social". Por eso mismo es, tiene que ser, una forma de organizar la sociedad poniéndose de acuerdo absolutamente todos los que la integran. Todos los individuos, todos los sectores productivos, todos los gremios, "todos los".
Lamentablemente, a la hora de implementar ese modelo, en muchos países -Venezuela entre ellos- se cometió el grave error de no incluir "de facto" a los sectores desposeídos, a los pobres (me niego a llamarlos "sectores populares", porque ese calificativo debe incluirnos a todos). De hecho, incluso se les llamaba así, "marginales". Explícitamente al margen de la sociedad. Y claro, aquello no podía funcionar. Sobre todo, porque los pobres eran muchos.
Y como reacción, durante los últimos quince años, se ha intentado construir una democracia que asume como "pueblo" exclusivamente a los pobres. Es decir, se ha pretendido construir una sociedad que no considera como parte del "demos", del "pueblo", a los empresarios, a los terratenientes, a los comerciantes, a los fabricantes, a los intelectuales, a los profesores universitarios y a la clase media.
Y, qué sorpresa, esto tampoco funciona.
Venezuela debe edificar, los antes posible, un sistema político-administrativo, una sociedad, capaz de articular un pacto de convivencia entre todos los actores sociales.  Sólo así, quizás, tengamos éxito.
¿Y cómo se hace eso?
En dos pasos, me gustaría decir que sencillos pero ay.
Para empezar, poniéndonos de acuerdo en una pequeña serie de "objetivos-mínimos" que incluyan las condiciones de posibilidad, de digna supervivencia, de cada uno de los actores sociales involucrados en el acuerdo. No es deseable profundizar demasiado en esos objetivos rectores porque es absolutamente imposible hacerlo entre todos, sobre la marcha. Siempre habría alguien (un prócer, un líder, un iluminado) que arrime la sardina a sus ascuas ideológicas y nos explique amablemente lo que debemos hacer para ser felices y cómo.
Y acto seguido, repartiéndonos la tarea, las responsabilidades. Procurando que los temas que tengan que ver con la sanidad los resuelvan los que entiendan de ella. Los de agricultura, los campesinos y uno que otro ingeniero agrónomo. Los temas de economía, los economistas, los empresarias, los que hayan demostrado sus conocimientos y su pericia en ese área.
Y al frente del estado, por supuesto, al hombre o mujer mejorcalificados para gobernar que podamos encontrar entre nosotros.
¡Eso es la democracia, el verdedero gobierno del pueblo, no una cogestión comunal, cuasi anárquica!

Ahora bien, dicho esto, tenemos que aclarar que el establecimiento de la democracia no es una garantía de éxito. Porque ella, la democracia, se limita a posibilitar que nos pongamos de acuerdo. Pero no garantiza que ese acuerdo sea razonable, adecuado a las circunstancias y suficiente para mejorar las condiciones objetivas del país.
Podríamos ponernos de acuerdo, por ejemplo, en una administración tremendamente centralizada, poniendo todas las decisiones y todos los resortes de poder en manos de un estado casi-casi todopoderoso. Es, de hecho, lo que solemos hacer.
O, por el contrario, podríamos reducir al mínimo el poder del estado y dejarlo casi todo en manos de la iniciativa privada. Eso sería un gobierno profundamente liberal.
O encontrar cualquier camino intermedio.
Por otro lado, podríamos dejar la economía en manos de la iniciativa privada o...
No, no. Cualquier otra cosa ya no sería democrática, obviamente.

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