En
el imaginario popular socialista, la promesa / “boutade” de “Tenemos Patria”
está estrechamente vinculada con otro candidato a disparate: la
“independencia”.
Y
no es que el tema sea baladí, no. La Independencia del Imperio Español fue
extremadamente importante para Venezuela y para todas las colonias. Pero el
sistema colonial casi ha desaparecido del escenario mundial.
Persisten, sí, algunas regiones cuya población, o al menos una parte de ella, ha declarado su voluntad de separarse del país al que actualmente pertenecen (Cataluña, País Vasco, Quebec, Chechenia, ¿Irlanda?, ¿Escocia?, la Padania). Subsisten también algunos remanentes puntuales del viejo mundo, difícilmente “etiquetables”, como las Islas Canarias, Gibraltar, Curacao, Hawai, las Seychelles, Palestina o el Sahara Occidental. Los demás países del mundo son, en principio, soberanos e “independientes”. Venezuela entre ellos, sin duda alguna. Y hoy, antes de reclamar o proclamar inciertas “independencias”, sería razonable hacer el ejercicio de precisar de qué independencia estamos hablando. Cuánta independencia queremos. Cuánta podemos y debemos tener. Y, por último pero no menos importante, cuánta independencia estamos consiguiendo.
Persisten, sí, algunas regiones cuya población, o al menos una parte de ella, ha declarado su voluntad de separarse del país al que actualmente pertenecen (Cataluña, País Vasco, Quebec, Chechenia, ¿Irlanda?, ¿Escocia?, la Padania). Subsisten también algunos remanentes puntuales del viejo mundo, difícilmente “etiquetables”, como las Islas Canarias, Gibraltar, Curacao, Hawai, las Seychelles, Palestina o el Sahara Occidental. Los demás países del mundo son, en principio, soberanos e “independientes”. Venezuela entre ellos, sin duda alguna. Y hoy, antes de reclamar o proclamar inciertas “independencias”, sería razonable hacer el ejercicio de precisar de qué independencia estamos hablando. Cuánta independencia queremos. Cuánta podemos y debemos tener. Y, por último pero no menos importante, cuánta independencia estamos consiguiendo.
¿Puede
ser “independiente” un niño que vive con sus padres? Casi todos estamos de
acuerdo en que no es así. Pero… ¿Y un joven, mayor de edad, con ideas,
amistades e intereses propios? En este segundo caso, es lógico y natural que
desee y reclame un cierto grado de libertad y autonomía. Pero asumámoslo: no
será “independiente” hasta que “no dependa” de nadie. Así de claro.
¿Y qué
pasa con un adulto? Pasa que depende de su empleo, claro. O de la marcha de sus
negocios. O del Estado. En cierta medida, depende del horario de las tiendas. Y
del de sus vecinos. Y de la potencia de los equipos de sonido de estos. Depende
de sistema legal e impositivo. De la marcha de la economía. De las decisiones
gubernamentales. De la inflación. Y depende de sus compromisos. Todos
dependemos de todos en una sociedad. En cualquier sociedad.
Así,
en el concierto de las naciones, en pleno siglo XXI, no existen naciones
“independientes”. Es decir, naciones que “no dependan” de nadie. En mayor o menor
medida, las naciones dependen de los países a los que compran y venden sus
productos. De las naciones con las que han firmado tratados comerciales,
militares, culturales, turísticos. De todos los países con los mantienen
relaciones diplomáticas y más aún de aquellos con los que han suscrito pactos
regionales o subregionales. Todos los países europeos, por ejemplo, dependen de
los demás países del área. Y de la OTAN. Y de la ONU. Y de Estados Unidos. Y de
los países del Magreb. Y de todos los países de la cuenta mediterránea. Y de
Rusia. Y de China. Y del resto del mundo.
Si
un país —por las razones que sea— considera que su nivel de dependencia de
algún país o grupo de países es mayor de lo recomendable, lo único razonable es
reducir los elementos que la conforman.
¿Queremos,
por “a” o por “b”, depender menos de Estados Unidos? Debemos reducir, entonces,
el volumen de importaciones de ese país (sustituyéndolas por productos de otro
origen, de calidades y precios competitivos), buscar otros compradores para
nuestros productos (“nuestro producto”, deberíamos decir. Porque sólo tenemos
petróleo). Compradores que compren las mismas o mayores cantidades, a los
mismos o a mejores precios, por supuesto. Reemplazar la tecnología que nos
llega de ese país por otra del mismo nivel (¿?). Sustituir los productos
comunicacionales procedentes de ese país, películas, video juegos, series de
televisión, revistas, páginas web, comics. Y convencer a nuestros ciudadanos de
no visitar Miami o Nueva York cada vez que pueden. Entonces, sólo entonces,
habremos reducido nuestra dependencia de USA.
Pero
no hemos hecho nada de eso. Nos hemos limitado a insultar a nuestros vecinos
del norte, convencidos de que una actitud altanera y chulesca, es suficiente
prueba de independencia. Y por otro lado, sin solucionar ninguno de los
elementos de dependencia de USA, hemos tejido una sólida red de dependencia de
China y Cuba. La primera, por razones estrictamente económicas, en una clara
situación de desventaja negociadora, en condiciones mucho menos ventajosas y
seguras que las que nos ofrecía el gigante del norte. La segunda, en un acto de
genuflexión ideológica absolutamente injustificable e imperdonable.
Hoy
somos más dependientes que nunca. Y no nos queda mucha patria, sospecho.
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