Y
ya puestos a hacer preguntas capciosas: ¿Dirías que Maduro es igual a Chávez? ¿O
quizás a Capriles? ¿A Obama, tal vez?
¿O
quizás creas que Chávez era idéntico a Mao Tse Tung? ¿O a Castro? Y ya puestos,
¿será que Raúl es igual a Fidel? ¿Era Chávez igual a Carlos Andrés? ¿A Bill
Gates? ¿A Lorenzo Mendoza?
Y
si quieres hacer aún más obvias las respuestas, ¿Es Maduro "igualito" a Corina?
Después de constatar, juntos, esta pequeña serie de “no igualdades” (y tengo un millón de ejemplos más, esperando que no los necesites), ¿cómo es posible que intentemos construir un sistema político basado en el principio de que “todos somos iguales?
Esa,
la "igualdad", es la mayor cretinada y el mayor de los errores
político-filosóficos de la historia. Porque no existe. Ni puede ni debe
existir. Y, en realidad, nadie cree en ella. Todos sabemos que unos son más
altos que otros, más fuertes, más viejos, más buenos jugando dominó o
resolviendo ecuaciones diferenciales, mejores pintando acuarelas o calculando
distancias a ojo. Más pichirres, más cariñosos, más trabajadores, más ahorrativos,
más guapos, más morenos, más inteligentes y mucho mejores que nosotros en los
cien metros planos.
Lo
que pasa —y ese es el origen del problema— es que algunos, cada día más gente, se
han ido rebelando contra las diferencias artificiales, las desigualdades
injustas y sin sentido. Contra las discriminaciones innecesarias. Así, en los
países democráticos, todos los habitantes de un país, debidamente identificados
y mayores de edad, son “iguales” ante la ley. Para todos los efectos sociales,
políticos, administrativos y legales Ya no existen ni esclavos ni marqueses
(lamentablemente, corrijo, quedan unos pocos de unos y otros). Todos tienen el
mismo derecho a votar, a trabajar, a estudiar en un colegio o a subirse en un
autobús. Y claro, aunque persistan algunas “desigualdades” injustas, cada día somos
más iguales a la hora de pagar impuestos o a enfrentarnos a un jurado a la hora
de cometer un delito.
El
problema es que algunos países y algunos partidos políticos (¡oye, que los
países y las ideologías tampoco son iguales entre sí) se han tomado eso de la
igualdad demasiado al pie de la letra. Porque no son igual de listos que tú y
yo, probablemente. Y no alcanzan a comprender la situación.
Y
es que si asumimos que un cirujano y un motorizado son “iguales”… o un
conductor de autobús y un presidente de gobierno… se producirán muchísimos accidentes
de tráfico y una gran cantidad de tareas terminarán haciéndose mal. Y pasa lo
que pasa.
La
política, señores, debería ser una gerencia de las desigualdades.
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